Dieciocho agujeros by P. G. Wodehouse

Dieciocho agujeros by P. G. Wodehouse

autor:P. G. Wodehouse [Wodehouse, P. G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1925-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo VI

EL DESPERTAR DE ROLLO PODMARSH

En el campo de juego de bolos que estaba detrás del club, se desarrollaba una partida. Los asientos diseminados entre el césped se veían muy concurridos, y el Socio Veterano, que se hallaba sentado en su sillón favorito del fumador, podía oír perfectamente los gritos de los jugadores. El Socio Veterano se revolvió inquieto en su asiento, y en su venerable frente se marcó una arruga. Para el Socio Veterano, un club de golf era un club de golf, y le dolía la intromisión de elementos ajenos. Él se había opuesto a la creación de unas proyectadas pistas de tenis; y la proposición de construir un campo para el juego de bolos le había conmovido hasta lo más profundo.

Un joven que llevaba lentes entró en el fumador. Su elevada frente aparecía sombría, y pidió que le trajeran una cerveza de jengibre, con el ademán del que está convencido de que se la ha ganado plenamente.

—¡Gran ejercicio! —exclamó mirando a el Socio Veterano.

El Socio Veterano dejó la revista que estaba hojeando, y miró sospechosamente a su compañero.

—¿Qué tal ha ido la partida? —preguntó.

—¡Oh, no jugaba al golf! —dijo el joven—. Jugaba a los bolos.

—¡Qué asco! —exclamó el Socio Veterano fríamente.

Y reanudó la lectura.

—No sé por qué dice esto —replicó—. Es un juego espléndido.

—Lo clasifico —explicó el Socio Veterano— entre los juegos infantiles.

El joven se quedó pensativo por espacio de unos momentos.

—Sea como fuere —dijo al fin—, era lo bastante bueno para que Drake jugara a este juego.

—Como no tengo la satisfacción de conocer a su amigo Drake, no puedo apreciar el valor que tenga la opinión que este juego pueda merecer a dicho caballero.

—Me refiero al gran Drake de la Armada Invencible. Estaba jugando a los bolos en Plymouth cuando le dijeron que la Armada estaba a la vista, y contestó: «Tenemos tiempo de acabar la partida». Esto es lo que Drake pensaba de los bolos.

—Si hubiese sido golfista, habría prescindido completamente de la Armada.

—Eso es fácil decirlo —contestó el joven, acaloradamente—, pero la historia del golf, ¿puede sacar a relucir un caso semejante?

—Un millón, si usted quiere.

—Pero usted los ha olvidado todos, ¿eh? —dijo el joven sarcásticamente.

—Al contrario —repuso el Socio Veterano—. Como ejemplo típico, ni más ni menos notable que otros cien, escogeré el caso de Rollo Podmarsh, para contárselo.

Se retrepó cómodamente en su asiento, y juntó los dedos de sus manos.

—El tal Rollo Podmarsh…

—¡No, no; oiga! —exclamó el joven, consultando su reloj.

—El tal Rollo Podmarsh…

—Sí, pero…

—El tal Rollo Podmarsh —insistió el Socio Veterano—, era único hijo de su madre viuda. Y como otros jóvenes que se hallan en tal situación, estaba excesivamente mimado y hacía de su madre lo que quería. Es más, puede decirse que hacía lo que le daba la gana. Tenía veintiocho años de edad, e invariablemente llevaba franela encima de la piel, se cambiaba los zapatos tan pronto como estaban algo mojados, y, desde setiembre hasta mayo, inclusive, jamás se acostaba sin tomar un tazón de arrurruz caliente. No era, que digamos, de esa clase de hombres de que salen los héroes, diría usted.



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